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Carta al padre, Tayler Padilla


Mientras más leo este libro, más me siento identificado con la relación de Kafka y su padre. Y no precisamente por algo bueno. Es triste, porque como Kafka, yo igual veía a mi padre con esa admiración. Lo veía tan inmenso, con un amor tan grande, casi tan grande como el odio que le tengo ahora. Un amor que nunca pude demostrarle, aunque era obvio. ¿Cómo iba a dar algo que nunca había recibido? Porque no me habían enseñado siquiera a cómo demostrar ni recibir algo tan simple, como el amor.


Puedo contar con los dedos de mi mano izquierda las veces que mi padre me ha abrazado. Puedo contar con 3 dedos las veces que me ha dicho te amo, puedo contar con uno, cuantas veces me ha dicho algo viendome a los ojos. Antes veía a papá con orgullo, pero también lo veía con ese miedo, con ese afán de a veces contradecirlo. Porque entre más crecía, más me daba cuenta de que a la persona que menos me quería parecer era a él, no queria tener su mirada, no queria tener su voz, no quería volver a llamarlo, papá. 


Pero cuando niño, me veía tan pequeño e indefenso que justo eso era lo que me detenía de siquiera contestarle o reprocharle algo de lo que decía o más bien, de lo que imponía. Ya fuera con gritos o con esa mano grande y callosa golpeando tan fuerte mi flaco y pequeño cuerpo, hasta el punto de dejarme marcados los cinco dedos en mi pequeña espalda, en mis brazos delgados, en mis piernas flácidas y en el cuerpo y cara de mamá.


Que no gritaba, que no hacía ruido para que yo no saliera a defenderla del que se supone que debería protegernos. Algunas veces, el llanto de mamá no era tan silencioso como ella quería que fuera. Algunas veces vi la cara de mamá sangrando, con moretones. Yo, sin saber qué hacer, solo la abrazaba mientras ella lloraba, pidiéndome perdón, pidiéndome perdón por haberme despertado, y recuerdo claramente lo que le dije ese día con mis ojos llenos de lágrimas, mamá, te prometo que crecere y el no te volverá a tocar nunca más. 


En ese entonces, no podía hacer nada. Era un niño, débil y pequeño. Pero papá, estas últimas veces que llegaste a casa, borracho y con ganas de golpear a alguien, ya no estaba solo mamá con un bebé y un niño pequeño como antes. Ahora ya no soy ese niño. Ahora aguanto solo esos golpes que antes me dabas y le dabas a mamá hasta que quedáramos sin lágrimas, ahora, ya estan seguros porque estoy yo, ya estan seguros porque yo, si se ser el hombre de la casa.


Y lastimosamente, para defenderlos a ellos, a veces tengo que devolverte cada golpe. Kafka murió con un profundo remordimiento y odio a su padre. Tampoco lo perdonó. Yo a ti te perdoné, pero tal como te dije ese día viéndote a los ojos mientras estabas casi inconsciente en el suelo, te odiaré toda mi vida. Y aún sigues respirando porque eres mi papá.




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